El ideal de la caballería

El ideal de la cabelleríaLa caballería no es sólo una forma de vivir, es también una ética. Si se considera históricamente innegable el compromiso moral adquirido por el joven guerrero el día de su investidura, debemos reconocer que la existencia de un verdadero código de caballería está atestiguada únicamente la literatura. Y sabemos que distancia existe, en el siglo XII, entre los modelos literarios y la realidad cotidiana. Además, los efectos de dicho código difieren de una obra otra, y su espíritu se modifica sensiblemente a lo largo del siglo. Los ideales del cantar de Roldán ya no son de los de Chrétien de Troyes.

De manera muy general, el código de la caballería puede resumirse en tres grandes principios: fidelidad idealizada a la palabra dada entre todos; generosidad, protección y asistencia a todos los menesterosos; obediencia la Iglesia defensa de sus ministros y bienes.

A finales del siglo XII, el perfecto caballero no es aún Parsifal, ni por supuesto Galahad, tal como ambos aparecerán, hacia 1220, en la búsqueda del Santo grial. No es tampoco Lanzarote, cuyos amores con la reina Ginebra tienen algo de incompatible con las virtudes de la caballería. El «sol de toda caballería», es Galván, es sobrino del rey Arturo, un miembro de la tabla redonda que posee en el más alto grado las cualidades que esperan un caballero dos la franqueza, la bondad y la nobleza de corazón; la piedra y la templanza; el coraje la fuerza física; el desprecio del cansancio, el sufrimiento y la muerte; la conciencia de su propio valor; el orgullo de pertenecer o linaje, de ser el nombre del señor, de respetar la fidelidad jurada; y sobre todo esas virtudes que antiguo francés denomina “largesse” y “courtoisie” que ningún término del ánimo moderna puede producir de forma satisfactoria.

La “largesse” es a la vez la liberalidad, generosidad y prodigalidad. Se opone la riqueza. Tiene por contrarios la avaricia la búsqueda del beneficio, algo que es patrimonio de los mercaderes y burgueses, ridiculizado siempre por Chrétien de Troyes y sus imitadores. En una sociedad en que la mayor parte de los caballeros viven parcamente de lo que sus protectores que ganar o conceder, es normal que la literatura exalta los regalos, los gastos, la generosidad y la manifestación de lujo.

La “courtoisie” es todavía más difícil de definir. Completo a las cualidades que acabamos de enumerar, pero señales de la belleza física, la elegancia y el deseo de agradar; la dulzura, la pureza del alma, la delicadeza de corazón y de las maneras; la agudeza de la mente, la inteligencia, una exquisita cortesía y, por decirlo todo, un cierto esnobismo. Supone además la juventud, la libertad de todo apego a la vida, la disponibilidad para la guerra y los placeres, la aventura y la ociosidad. La “courtoisie” se opone a la “vilainie”, delito propio de los villanos, los adultos, la gente mal nacida y sobre todo mal educada. Pues para ser cortés, la nobleza de nacimiento no es suficiente; los roles naturales deben ser afinados por una educación especial y mantenidos por la práctica diaria en la corte gran señor. La del rey Arturo constituye un modelo. En ella se hallan las damas más bellas, los caballeros más valientes y las maneras más corteses.

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