Leónidas y los 300 espartanos

Atrincherados en el paso de las Termópilas, mantuvieron en jaque al poderoso ejército del rey persa Jerjes durante dos días.leonidas

Cuando, en el 480 a. C., Atenas estaba a punto de caer en manos de Jerjes, Leónidas y sus 300 espartanos perecieron al tratar de frenar a los persas en el paso de las Termópilas.

Al salir el sol, el rey Jerjes hizo sus libaciones y, dejando pasar algún tiempo a la hora que suele la plaza estar llena de gente, ordenó lanzar el ataque contra los helenos en el paso de las Termópilas. Epialtes, un desertor de los griegos, le indicó al rey persa un atajo por el que podría sorprender a los helenos por la retaguardia. Los persas tomaron esa senda y se encontraron con los espartanos, al frente de su rey, Leónidas. El choque fue brutal y la defensa de los espartanos desesperada. Los helenos eran conscientes de que, tal como estaban las cosas, y situados en una mala posición, iban a morir a manos de los persas, pero hacían el último esfuerzo de su brazo contra los bárbaros, despreciando la vida y peleando desesperados.

En el calor de choque, rotas las lanzas de la mayor parte de los combatientes, los espartanos van con la espada desnuda haciendo carnicería entre los persas. En esta refriega caen Leónidas, peleando como varón esforzado, y con él juntamente muchos famosos espartanos, y muchos que no eran tan celebrados, cuyos nombres como valientes campeones procuraré informarme, y asimismo del nombre particular de todos los 300.

(…) Perseveró el furor de la acción hasta el punto de que se acercaron los persas, que venían con el desertor Epialtes. Los pocos espartanos y los combatientes helenos que quedaron con vida retrocedieron, entonces, al paso estrecho el camino; llegaron a un cerro, y juntos allí, todos menos los tebanos, sentáronse apiñados.

Peleando allí con la espada los que todavía la conservaban, y todos con las manos y a bocados defendiéndose de los enemigos, fueron sepultados bajo los dardos de los bárbaros, de quienes unos acometían de frente echando por tierra el parapeto de la muralla, y otros, dando la vuelta, les cerraban en derredor.

Siendo así que todos aquellos espartanos se portaron como héroes, exclama con todo que el más bravo de ellos fue el soldado Dienekes, de quien cuentan una anécdota admirable. Oyó decir un compañero que al disparar los persas sus arcos cubrían el sol con una espesa nube de saetas, tanta era su muchedumbre. A lo que Dienekes le replicó, en tono de burla: «tanto mejor, así lucharemos a la sombra».

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