¿Quién es el homo floresiensis? por Alma Leonor

¿Quién es el homo floresiensis? por Alma Leonor

Reconstrucción femenina de un homo floresiensis

Pocas cosas sabemos con certeza de la Prehistoria del hombre salvo, quizá, su origen africano, como ya adelantara Charles Darwin hace más de un siglo:

Podemos, pues, con gran probabilidad afirmar que África fue antes habitada por especies que ya no existen, que eran muy parecidas al gorila o al chimpancé; y como quiera que estas dos especies son las que más se asemejan al hombre, es también probables que nuestros antecesores habitaran África más bien que otro continente alguno.
Charles Darwin “El origen del hombre” (1871)

Sin embargo, con los últimos adelantos en investigación genética y gracias a los muchos descubrimientos arqueológicos recientes, podemos afirmar que nunca supimos tanto y, a la vez, tan poco de la prehistoria del hombre como en el momento actual. Cada nuevo descubrimiento abre mil incógnitas más. Por ejemplo, con el hallazgo del Homínido de Denisova hallado en Siberia o con el descubrimiento del Hombre de Flores en una remota isla al sur de Indonesia, que están revolucionando todos los conocimientos sobre evolución humana adquiridos hasta la fecha. En el caso del Homo floresiensis, además, otras muchas incógnitas se vienen a sumar a la de su extraña configuración morfológica.

Todos los investigadores, desde el mismo día de su hallazgo, allá por los años 2003/2004, se preguntaron muchas cosas sobre este extraño ser, pero sobre todo, se preguntaron cómo es posible que llegara hasta allí. Siguiendo la estela de su curiosidad, empecemos, pues, por conocer un poco más de los movimientos prehistóricos humanos desde África.

Las migraciones de los homínidos

Empezando entonces por la certeza del origen africano del hombre ―algo a día de hoy no cuestionado por ninguna aportación científica reciente―, podemos afirmar que las Migraciones, precisamente las migraciones, fueron el primer comportamiento colectivo y el más importante para el desarrollo de los homínidos que llegaron así a habitar todo el planeta. Porque hubo más de una. Hubo más de una migración y hubo más de una especie humana cohabitando a la vez. Hoy, se estima que pudieron ser hasta cuatro los homínidos que llegaron a convivir en algún momento en el tiempo y/o en el espacio, siendo solamente uno de ellos el que les sobrevivió a todos, el Hombre Moderno (Homo sapiens sapiens).

Sin embargo, no fue una supervivencia gratuita, ya que en nuestro ADN quedó la impronta de, al menos, dos de esas especies, el Homo neanderthalensis ―un mínimo 2% pero con importantes consecuencias― y el Homo denisoviensis, el más reciente hallazgo arqueológico y genético en la larga lista de la evolución humana (descubierto en el año 2008 en la cueva del mismo nombre, en las montañas de Altai en Siberia, Rusia). El cuarto Homo en convivir con ellos en algún momento, pudo ser ―aún no hay datos definitivos― el Homo erectus, actualmente una de las joyas de la paleoantropología por las enormes posibilidades que su estudio puede proporcionar en el avance hacia la comprensión de la evolución humana.

El Homo erectus africano, de una antigüedad de entre 1,9/1,8 millones de años, era conocido ya en Asia por unos hallazgos localizados a finales del siglo XIX ―concretamente en 1890― en la isla de Java y también en China. Se le dio inicialmente el nombre de Pitecántropo u Hombre de Java y cuando aparecieron los fósiles de China ―unos fósiles, por cierto, perdidos durante la Segunda Guerra Mundial―, se le llamó Sinántropo.

Homo erectus (Pitecántropo) y Homo ergaster (Sinántropo)

Ya entonces, el erectus originaba más preguntas que respuestas para la ciencia antropológica. Estos fósiles chinos sirvieron para alimentar la teoría de un origen asiático del hombre en lugar de africano, pero se concluyó el asunto ―de forma un tanto salomónica― otorgando el nombre de ergaster al ejemplar africano y erectus al asiático ―pudieron diversificarse solo hace un millón de años― en tanto no se aclaraba bien su posición en la línea evolutiva. El primer Sinántropo encontrado, llamado Homo erectus pekinensis, se tiene, incluso, por una subespecie de erectus, propia solo de China.

Se consideró en su momento que la primera migración de erectus desde África tuvo que suceder al menos hace dos millones de años. Estos que salen estaban poco evolucionados y sus herramientas eran primitivas, pero los que se quedaron en África evolucionan hasta dar lugar al Hombre Moderno hace entre 140.000 y 200.000 años, que es el que emigró posteriormente desde África para poblar el mundo, ya con unas herramientas más elaboradas y unos logros cognitivos de mayor alcance.

Estas “excusiones”, estas migraciones de los Homos africanos, están bastante documentadas ―nunca totalmente― con evidencias fósiles, antropológicas, microbiológicas, genéticas y hasta evidencias “paleolingüísticas” en unos estratos más avanzados de tiempo. Algún día, con todos estos datos y los muchos que se están consiguiendo en la actualidad, se podrá llegar a establecer las rutas de las muchas ―porque hubo varias― migraciones de homínidos desde África y entre este continente y el asiático ―de donde también procede el Hombre de Denisova―, para acabar recalando en Europa en una fecha aún indeterminada, pero también antigua, hacia el final del Plioceno.

Con una cronología siempre aproximada, basada en las investigaciones existentes hasta la fecha ―y continuamente cambiantes―, se sabe que los Humanos Modernos llegaron a Oriente Próximo hace unos 50.000 años, y desde ahí se dividieron en dos direcciones: unos, alcanzan Francia y España hace entre 30.000/41.000 años; mientras que, de forma relativamente más rápida, por el otro lado atraviesan Asia y llegan a Australia hace entre 50.000/40.000 años. Es decir, el continente Asiático y Australia, fueron poblados antes que Europa y, posiblemente, por más de una oleada migratoria. Pero para llegar a estas tierras asiáticas ignotas, tuvieron que, necesariamente, utilizar rutas marinas. Y es aquí donde ya empiezan las preguntas más difíciles. ¿Cómo lo hicieron?

Descubriendo al Hombre de Flores

Una población asiática en las islas de Java ―donde se encontró al Homo erectus―, Filipinas, Borneo, Sumatra…, es relativamente factible. Pero una migración al continente de Oceanía ―islas Célebes, Malucas, Australia, Timor, Flores…―, presenta una gran dificultad marina casi imposible de sortear: las corrientes oceánicas de la llamada Línea de Wallace, una especie de “línea imaginaria” ―y no tanto, se corresponde con una sima submarina producida por los movimientos tectónicos entre las placas de Australasia y Eurasia― complicada de atravesar y mucho más si solo se disponía de embarcaciones precarias.

Pero es que, además, esta “barrera” también ha producido una diferencia biológica entre las especies de flora y fauna de uno y otro lado, lo que evidencia no solo una evolución diferente, sino también, que esa evolución se produjo una a espaldas de la otra. Esa “línea” de Wallace ―se ha terminado por definir mucho y ahora se habla también de otras, como la de Huxley, Lydekker, Weber…―, en aquella época de expansión de los homínidos era ―siempre hay que decir, prácticamente― infranqueable.

Pero, sin saber todavía muy bien cómo, hubo homínidos que lo lograron. Una forma moderna de erectus posiblemente, y hace incluso más tiempo, unos 90.000 años… como mínimo, aunque recientes artículos en la revista Nature [ref] Nature 534, 245–248 (09 June 2016).[/ref], sitúan la primera llegada hace unos 700.000 años.

Yacimiento de la cueva de Liang Bua (Smithsonian Institute)

En el año 2003, un grupo de investigadores ―hay una extensa actividad investigadora en las islas de Java, Sumatra, Sulawesi, etc.― descubre en la Cueva de Liang Bua, en la isla de Flores, en la parte más austral de la Línea de Wallace, un espécimen fósil de un individuo que, según todo lo que se sabía de evolución humana hasta la fecha, simplemente no podía estar allí. Dieron a conocer su descubrimiento en el año 2004 y le llamaron Homo floresiensis, el Hombre de Flores. Y entonces se desató la locura.

En primer lugar, el descubrimiento se hizo en un estrato datado entre unos 90.000 y 13.000 años, y los restos fueron datados aproximadamente entre hace 50.000 y 12.000 años, según las primeras estimaciones, hoy superadas. Las herramientas de piedra asociadas, por su parte, alcanzaron unas fechas reveladoras: no más recientes de hace 50.000 años. Por lo tanto, esa población humana era más antigua que el resto de poblaciones de los alrededores. Era (casi) imposible.

La sorpresa del equipo de investigadores australianos ―dirigidos por el paleontólogo Peter Brown― en aquella cueva debió de ser mayúscula. El esqueleto nombrado como “LB1”, el más completo ―de un total de restos de nueve individuos―, era de un espécimen hembra, de muy poca altura, como de un metro ―la altura de un niño de unos 3-4 años aproximadamente―, y de unos 25/28 kilos de peso. Era un ejemplar demasiado pequeño. Ni siquiera los pigmeos son tan bajitos ―los africanos actuales pueden llegar a 1,5 m y los asiáticos entre 1,37 y 1,40― y, además, sus brazos eran extrañamente largos, lo que resultaba incompatible con un posible caso de enanismo. Enseguida fueron apodados como “Hobbits”.

Pero la mayor sorpresa la iba a proporcionar su cerebro, muy pequeño, de unos 380 cc aproximadamente. El cerebro del erectus alcanzó los 980 cc, el de los sapiens 1350 cc, el de los Neandertales 1600/1700 cc y, por comparar, el de los Australopitecus era similar ―unos 350/380 cc― y el de un chimpancé moderno es de 400 cc. El Hombre de Flores tenía un cerebro del tamaño de un pomelo medio, pero aun así, fabricaba instrumentos líticos complejos, dominaba el fuego y vivía organizado. Incluso se apuntó la posibilidad de que hubiese llegado a desarrollar un lenguaje porque culturalmente, se considera que la elaboración de herramientas o la caza en grupo, son indicativos de la utilización de algún tipo de lenguaje.

¿Cómo era posible? Simplemente… no podía serlo.

Uno de los axiomas evolutivos menos cuestionado hasta la fecha, relaciona el aumento del cerebro con la mayor capacidad cognitiva y, por lo tanto, evolutiva ―aún con la mayor capacidad cerebral de los Neandertales, se acepta esta línea―. A más cerebro, mayor inteligencia y desarrollo sociocultural y, así, el aumento del cerebro apunta a una evolución hacia los Humanos Modernos. El Hombre de Flores obligaba a cuestionarse esta máxima. Y obligaba, igualmente, a estudiar mucho más esta nueva especie.

Reconstrucción facial en laboratorio del Hombre de Flores

¿Era un homínido? Hubo hipótesis para todos los gustos. Incluso se llegó a apuntar la posibilidad de que las herramientas encontradas en Flores tuvieron que ser fabricadas por otra especie ―no por el “Hobbit”―, y que el esqueleto encontrado debía corresponderse con una especie de chimpancé o, tal vez, con un homínido con algún tipo de deficiencia del crecimiento. No hubiese sido raro, decían, en una isla con especies animales endémicas cuyo desarrollo fue, cuanto menos, irracional. En Flores, la especiación alopátrica, un efecto que hace que en condiciones de aislamiento geográfico ―una isla de difícil acceso por una barrera tectónica, por ejemplo― algunas especies desarrollen tipos diferentes, únicos, hizo que se puedan encontrar desde evidencias de elefantes enanos (Stegodon florensis insularis) a ratas enormes o lagartos gigantes muy parecidos al dragón de komodo actual ―con una gran presencia en la isla, por cierto―, y que se alimentaban de esos elefantes enanos, precisamente. El Hombre de Flores podría ser desde una especie homínida alopátrica, a un erectus con microcefalia, o podía no ser un homínido siquiera.

Lo extraño del Hombre de Flores, si es que aún queda algo más por lo que extrañarnos, es que su configuración física parece muy antigua ―se situaría entre el Australopithecus y los primeros Homos, como el habilis―, pero su dentición y desarrollo cognitivo son muy modernos, propios de un sapiens. Sin embargo, en la Isla Flores no se han encontrado restos de sus ancestros, ni de Homo erectus ―no se sabe si fue este, o si procede de otro homínido anterior no localizado aún en el sudeste asiático―, ni ninguna otra forma homínida de transición. Solo el material lítico podría dar pistas acerca de los autores, si es que no fueron los “Hobbits” de la isla, que se ha calculado que pudieron llegar hace unos 100.000 años y por vía marítima, tal vez, desde la cercana isla de Sulawesi, donde también se están llevando a cabo investigaciones en este sentido.

Los últimos descubrimientos acerca del Hombre de Flores han arrojado alguna luz en esta oscurida[ref] Ver por ejemplo el artículo “El hombre de Flores desapareció antes de lo que se pensaba”, en la revista SINC. La Ciencia es Noticia, del 30 de marzo de 2016.[/ref]. Las nuevas investigaciones llevadas a cabo en el yacimiento de Liang Bua entre los años 2007 y 2014 ―por investigadores del Museo de Ciencia de Japón y de las universidades australianas de Griffith y Wollongong, de donde es el investigador principal y autor de uno de los artículos de Nature, Gert van den Bergh―, han confirmados varios extremos. Primero, que se trata de un homínido diferente, una nueva especie en la línea evolutiva del Homo, y no un erectus degradado por algún tipo de enanismo. Y segundo, que su desaparición no es tan reciente como se sugirió en un principio. Las últimas pruebas arrojan unos datos reveladores: el Hombre de Flores se extinguió aproximadamente hace 50.000 años ―las dataciones de los restos abarcan un periodo entre 190.000 y 50.000 años―, coincidiendo con la llegada del Hombre Moderno a la isla. Así, los datos de los estratos, huesos e instrumentos líticos, concuerdan.

Aún falta un punto por aclarar. Todavía no se han encontrado restos de sapiens con tanta antigüedad ―los más antiguos de la isla son de hace 12.000/11.000 años―, pero se sabe que es en esos momentos, hace unos 50.000 años, cuando se documenta su presencia en otras islas del entorno, como ya se ha dicho antes, en Java, Sumatra y Australia, entre otros lugares del sudeste asiático. La pregunta que ahora se hacen los investigadores es hasta qué punto la presencia de los Humanos Modernos pudo contribuir a la extinción del Hombre de Flores, o si un cúmulo de causas geológicas y/o ambientales pudieron hacer que ambas especies desaparecieran de la isla a la vez y durante milenios esta tierra permaneciera desierta ―hasta la nueva llegada de sapiens, alrededor de hace 12.000 años―. Y esta pregunta es muy pertinente, porque hace aproximadamente 50.000 años también desaparecieron los lagartos gigantes y los elefantes enanos. El misterio está servido.

Articles You Might Like

Share This Article

www.historiayarqueologia.net utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia como usuario de esta web. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies. ACEPTAR
Aviso de cookies