10 de 10 - El Templo de Afaya - Ahora y antes

EL TEMPLO DE AFAYA EN EGINA. Situada exactamente en el centro del golfo de Sarónica, entre Atenas, Corinto y Epidauro, la pequeña isla griega de Egina goza de una posición privilegiada.

Habitada desde el Neolítico, ha llegado hasta nuestros días gran cantidad de materiales que nos hablan de la vida y la civilización de sus primeros pobladores. Durante la denominada Edad Media Griega, la isla quedó desierta, pero en torno al 850 a.C., se asientan en ella pueblos dóricos procedentes de Epidauro.

En el siglo VII a.C., Egina era ya una de las mayores potencias navales. Sabemos también que fue la primera ciudad griega que acuñó moneda. Como aliada de Esparta y demás ciudades del Peloponeso, fue durante muchos años una poderosa adversaria de Atenas en el campo naval, hasta que dos derrotas y la toma de la ciudad en el 457 a.C. la sometieron a Atenas.

Durante su período de esplendor, en la isla -ya famosa por sus talleres de bronce, latón y alfarería– se erigieron hermosos santuarios. El más célebre es el santuario de Afaya, una diosa del lugar relacionada con la diosa cretense Briomarte y, más tarde, identificada con Atenea.

A unos 20 Km. de la ciudad, en una imponente terraza artificial que domina por completo el golfo de Sarónica, se abría un recinto sagrado con un templo del período arcaico.

Hacia el 510 a.C., este antiguo templo fue destruido y reemplazado por una de las obras maestras de la arquitectura arcaica griega: un amplio templo dórico construido con toba local y recubierto con losas de mármol decoradas con ilustraciones pictóricas.

El templo, períptero, presentaba seis columnas dóricas en cada fachada, doce en cada uno de los dos laterales y, en el interior, dos en el pórtico y dos en el opisthodomos. La cella quedaba dividida en tres naves por dos hileras de cinco columnas. Sobre ellas, había otra hilera de columnas más pequeñas que sostenían el techo. El aspecto polícromo original se ha perdido.

Sin embargo, gran parte de las columnas y fragmentos de los arquitrabes, las métopas y los muros de la cella se restauraron entre 1956 y 1960. Los orificios entre las columnas revelan la existencia anterior de travesaños. Los frisos se cuentan entre las obras cumbres del arte arcaico griego. Estaban decorados con representaciones escultóricas de mármol de Paros que narraban las empresas de los héroes egeos, en particular las de Ayante y su padre, Telamón, durante la guerra de Troya, bajo la mirada vigilante de Atenea.

En 1811, Coquerel las descubrió y las vendió después a Luis I de Baviera, quien encargó su restauración al escultor Thordwaldsen. Este realizó un pésimo trabajo, tras el cual las esculturas fueron expuestas en el Musco de Munich, donde permanecen en la actualidad.

Muchos años después, durante unas excavaciones efectuadas en el recinto sagrado, salieron a la luz los restos de un tercer friso, que se custodian hoy en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas. Probablemente formaban parte de una obra anterior que estaba destinada al friso occidental, destruido por los persas en el 490 a.C., y que fue expuesta más tarde en recuerdo de la ferocidad asiática.

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